Los
barcos no zarpan hacía el océano. La quietud se refleja en el agua. Los mástiles
se enhiestan en ese cielo, sin velámenes. Del viaje que no circundan, queda aquel
sueño de una partida, expandida en palabras, aún sin pronunciar. Imagina por un
momento que eres el patrón de tu propio velero, cargando amarras para comenzar
a navegar por el destino.