Mi sombra me abraza para asirme a la luz y del abrazo surge el  engranaje que mueve esta vida. Me arropa para agudizar mis sentidos, dar forma a las palabras y entender el fragor de las emociones. A veces, la tibieza deja que no se prolongue y el calor que emana esa luz, me hace sentir cuánto amor se forja en este corazón maltrecho. 

No pongas flores en el jarrón. Se marchitan con el tiempo y si las imaginas perduraran siempre. A veces, es mejor dejar que el vacío perfume el silencio, esa nada que se asemeja a la serenidad. En la superficie cristalina traspasa la luz, esa quietud que adormece los días oscuros.

Se asoma marchita la rosa amarilla a un tiempo que el malva la recubre humildemente, haciendo fenecer su recuerdo. La lluvia del otoño borrará toda memoria y del destello azul que desgrana esa oscuridad, volverán a parpadear tus ojos dormidos.  

Del cielo azul donde la omnipresencia de tu mirada lo abarca todo, nació una nebulosa, plagada de sueños y nubes cargadas de ilusión. Nada presagiaba un viento triste, ni una tormenta, salvo la quietud del mañana, tendido por la mano siempre solaz de la aurora.  Sueña, sigue oteando el infinito desde el iris que te otorgó Urizen para ver más allá de la vida, el significado de las palabras. Medita bajo lo sublime, contempla la naturaleza como los viejos hijos de los lagos, deja que fluya ese demiurgo que azota la pereza.

Depositaron sobre la materia oscura, unas ostras con su nombre pero de aquellos desechos supo cobrar el sentido de la belleza, a través de una luz taciturna. Del ostracismo, aprendió a culminar un sueño, desapego y libertad. 

Y en medio del paisaje, estabas tú buscando la presencia de tu soledad.