No
recogí las dos monedas para entregárselas a Caronte el día que cruce en barca,
la Laguna Estigia. Las cogí al azar y al comprobar su valor, no eran válidas
para el intercambio, ni pueden ser pesadas en la báscula del destino. Son
monedas obsoletas como las relaciones pasadas, sin transacción a un futuro, ni
sirven para sufragar exequias pues hasta en la muerte, sino dispones de incentivos
monetarios, eres solo un cuerpo cercenado por el olvido. Triste es la vida que
nos han impuesto desde los albores del capitalismo, tanto tienes tanto vales,
tanto generas tanto es tu trascendencia, cuando en el final de la vida, todo se
reduce a dos monedas opacas, oxidadas, triviales. Soy mendigo de mi propia
miseria, testigo adusto de un tiempo donde el beneficio está por encima de la
naturaleza del hombre.
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