Mi Balada comienza el día que tomé
conciencia de las palabras y la belleza, en la cárcel donde había dejado mis
pesares. Aprendí de ti que debemos embellecer la vida con los bienes más preciados,
la sabiduría y el hedonismo. En el cruce de esas dos posturas ante lo insustancial
y superfluo, apareció siempre el desamor del que solo se puede entreverar,
pasión y sufrimiento. De cualquier derrota, se aprecia la victoria del esteta,
pues hasta en las lágrimas germinan acacias, asfódelos, rosas con espinas, nenúfares
y caléndulas. En mi atavío, sales tú, padre de mis emociones, pintado con los
pinceles del sufrimiento y el decoro para dar carnosidad a mi semblante en el
lienzo de mi vida.
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