Como
Ícaro, intento volar demasiado alto pero sin pensar en la inminente caída
aunque el vértigo inestabilice mi vuelo. El cielo oscuro me enseñó a aprovechar
las corrientes de aire frías y cálidas, desplegando y replegando mis alas para
evitar las tormentas, el viento fuerte. De esa contienda, la experiencia me ha
hecho volar con la velocidad que genera mi propio aliento. Aún no soy libre del
todo, me cuesta llegar a las alturas pero planeo, a intervalos cortos, como el
retoño que ensaya sus primeros vuelos y aunque sea Ícaro, no puedo surcar ese infinito hasta que la libertad me conduzca por el hemisferio de mi destino.
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