El viajero iba de
peregrinación por los santuarios de
Delfos, al acercarse al Templo de Apolo, pudo leer dos inscripciones en uno de
sus dinteles: “Conócete a ti mismo” y “Nada en exceso”. Llevaba el rostro
tapado con una máscara de una tragedia, ni siquiera se le podían ver los ojos,
la llevaba atada a su mano y con la otra, recitaba aquellos versos como
salmodias, conjurando palabras que arremetían contra el dolor. No sé conocía a
sí mismo, no conocía vida más allá de los personajes que debía interpretar en
el teatro de las apariencias. A través del oráculo le elevó a Apolo una
súplica: permíteme desprenderme de esta máscara para poder ver mi sombra. En
aquel momento, un día de otoño, el hombre consiguió quitarse aquella máscara,
ya dejó de vivir otras vidas para vivir la suya propia.
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