A Emily Dickinson
Y si he de morir,
colocadme unas rosas blancas ante los pies de mi lecho, traídas del jardín de
los sueños. Me acompañara su aroma, enaltecido con el último aliento que exhale
mi alma ya cansada. Solo pido que mi cama este firme, el lecho fresco, las
sábanas blancas y no deslucidas, junto a mis libros donde me perdí anhelando
otros mundos, otras historias. No quiero lamentos, no quiero llantos, solo
sonrisas, besos y abrazos. No deseo exequias, cantadme aquellas viejas
canciones que me hicieron tan feliz. No quiero misas en lenguas muertas, ni
responsos sobre una vida ya condenada al calvario, solo palabras conmovedoras.
Dejad que las rosas blancas se marchiten y recitadme un poema, el más sutil poema,
aquel que solo expresa la belleza del mundo.
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