Pensaba que mi lecho estaba vacío, como cada
noche, esperándome entre sábanas de algodón, impregnadas con el hálito de mis
sueños nocturnos. Si mi lecho hablará, si tuviera brazos, seguro que me
arroparía al sentir como mis desvelos van mullendo el colchón, las tablas de la
cama se han resentido de tanta inquietud, mi almohada necesita descansar de mí,
apartada en un rincón. Sin embargo, mi
lecho esta siempre ahí, venturoso en nuestro encuentro, pues no me amonesta, ni
me irrita, es un espacio solo de dos, el sitio donde cada noche, pese a mis
abatimientos, me deja descansar, presto a seguir con la vida.
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