El
cielo de Madrid se me abrió, tras una simple llamada y una simple respuesta. Entonces
volví a abrir mi diario para recopilar cada vivencia, cada encuentro fortuito,
cada momento pasajero. Debía hacerlo y así lo hice. De nuevo, transité sus
calles, me adentré en el silencio de sus
viejos recodos, de su anonimato, viviendo cada experiencia como si fuera la
primera y última. De cada vicisitud, aprendí el valor mi libertad, absorbiendo
la esencia de cada circunstancia, de cada nueva historia. En esos días plenos
de luz, pude esconderme entre las sombras para aprehender lo prohibido e
iluminarme en la reflexión. Fui levitando por aquellas calles hasta el día que
el cielo se volvió asfixiante, necesitaba la humedad que surca nuestro cielo. Cerré
de nuevo mi diario. Mi crónica de aquellos días acabó y comenzó el periplo del
regreso, al inicio indeterminado de la ausencia, a su recuerdo cuando en el mes
de mayo, el cielo resplandece de luz.
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