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martes, 22 de mayo de 2018



El cielo de Madrid se me abrió, tras una simple llamada y una simple respuesta. Entonces volví a abrir mi diario para recopilar cada vivencia, cada encuentro fortuito, cada momento pasajero. Debía hacerlo y así lo hice. De nuevo, transité sus calles,  me adentré en el silencio de sus viejos recodos, de su anonimato, viviendo cada experiencia como si fuera la primera y última. De cada vicisitud, aprendí el valor mi libertad, absorbiendo la esencia de cada circunstancia, de cada nueva historia. En esos días plenos de luz, pude esconderme entre las sombras para aprehender lo prohibido e iluminarme en la reflexión. Fui levitando por aquellas calles hasta el día que el cielo se volvió asfixiante, necesitaba la humedad que surca nuestro cielo. Cerré de nuevo mi diario. Mi crónica de aquellos días acabó y comenzó el periplo del regreso, al inicio indeterminado de la ausencia, a su recuerdo cuando en el mes de mayo, el cielo resplandece de luz.

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