Reinscribieron la
historia como en un palimpsesto, borrando el pasado para sustituirlo por el
olvido. Las calles están vacías, la noche callada da paso a una luz taciturna que
ilumina los recodos de esta vieja iglesia. Hay una farola apagada, es la
ausencia de la memoria, nada hacen por encenderla, no han restituido su luz y
parte del tiempo se ha detenido. Los muros de esa Iglesia han resistido
centurias y los árboles dan cobijo a los viejos recuerdos, ellos son los únicos
testigos del pasado. Seguimos denostados, aislados y en ese silencio que se ha
perpetuado años y años, hemos conservado nuestras vicisitudes. La ciudad queda
cerca pero se distancia de nosotros, se encarama a nuestro paisaje cuando
necesita ampliar su fisonomía. Sin embargo, nos mantiene igual de desterrados,
apátridas, invisibles, tarde o temprano vendrán a nuestras casas pidiendo dádivas
a cambio de promesas que no cumplen. Camino,
paseo por los vetustos lugares donde se fraguó mi infancia y el dolor ha dado
paso a una tristeza turbia, han vuelto aquellos años olvidados. Entonces, he
comprendido que la pertenencia se consolida con lo cotidiano, rememorando paso
a paso el pasado para reconstruir el presente.
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