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martes, 15 de mayo de 2018



Reinscribieron la historia como en un palimpsesto, borrando el pasado para sustituirlo por el olvido. Las calles están vacías, la noche callada da paso a una luz taciturna que ilumina los recodos de esta vieja iglesia. Hay una farola apagada, es la ausencia de la memoria, nada hacen por encenderla, no han restituido su luz y parte del tiempo se ha detenido. Los muros de esa Iglesia han resistido centurias y los árboles dan cobijo a los viejos recuerdos, ellos son los únicos testigos del pasado. Seguimos denostados, aislados y en ese silencio que se ha perpetuado años y años, hemos conservado nuestras vicisitudes. La ciudad queda cerca pero se distancia de nosotros, se encarama a nuestro paisaje cuando necesita ampliar su fisonomía. Sin embargo, nos mantiene igual de desterrados, apátridas, invisibles, tarde o temprano vendrán a nuestras casas pidiendo dádivas a cambio de promesas que no cumplen. Camino, paseo por los vetustos lugares donde se fraguó mi infancia y el dolor ha dado paso a una tristeza turbia, han vuelto aquellos años olvidados. Entonces, he comprendido que la pertenencia se consolida con lo cotidiano, rememorando paso a paso el pasado para reconstruir el presente.

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