Murió la novia con su traje blanco de
organdí y seda, esperando al novio que nunca llegó. Él se había ido a tierras
lejanas en busca de fortuna y ella le prometió que aguardaría su retorno. Su
familia le había dicho con frecuencia que no volvería, lo habían tomado por un
bribón y pusilánime, incapaz de amarla. Sin embargo, Rosa se sentaba todos los
días en la misma silla, anhelando su regreso, con el ramo preparado, un bouquet
de rosas rojas recogidas del jardín. Enloqueció tras treinta años de anhelo, apostada
en aquel viejo asiento, vestida con el traje de novia, llorando su recuerdo,
sujetando un ramo tras otro de rosas rojas. Rosa falleció de tristeza, ataviada
de blanco y en aquel día tan funesto, las rosas del jardín se volvieron
mustias. La casa donde vivió y feneció, fue abandonada, sus hermanos fueron a
otras latitudes pero dicen los lugareños que si alguien se adentra en las
habitaciones, puede oír la voz de Rosa preguntando: ¿Por fin has llegado?
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