Miré los muros de la vieja casa,
cual observa “los muros de la vieja patria”, tal como versó el poeta. Casi todo
está en ruinas, desolado y triste. Trozos del techo están esparcidos en el
suelo, despojos del pasado más reciente. El tejado sostenido por una columna,
vertebra la habitación donde las luces y las sombras se quiebran. ¿Cuántos
moradores habrán dormido bajo su refugio? Ahí sigue, apurando las inclemencias
del tiempo, deshabitada, sin futuro. Al fondo, entre los soportales, se atisba
un cielo limpio, soleado, la maleza apenas ha crecido entre sus paramentos pero
crecerá, si alguien no corta sus raíces. No hay puertas, el aire entra y sale a
su antojo, arrastrando su historia y gravitando en silencio, con sigilo, la
estela de un pasado dormido. Las paredes aún resisten, esperando quizás sean
revestidas con nuevos anhelos, habitando los espacios con una vida llena de
promesas, promesas que muchas veces son incumplidas.
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