Se subió a aquellos zapatos plateados
para sentirse altiva. Sin embargo, le apretaban tanto como cadenas oprimiendo
su paso por la vida. Le habían enseñado que llevar tacones le daba poder,
prestancia y sensualidad pero ella no entendía esos convencionalismos, aquellos
zapatos le producían llagas y un dolor ímprobo en su espíritu libre. Se
preguntó por qué los hombres habían dejado de ponerse tacones hace dos siglos y
ella debía llevar, aquellos insufribles y duros zapatos pues andaba como
ingrávida, sosteniendo el equilibrio. Lo entendió el día que se resistió a
seguir poniéndoselos, liberándose de esas ataduras de argento, resplandecientes
pero represivas.
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