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jueves, 14 de junio de 2018


Del arabesco nacieron sus palabras, meditando las azuras y orando por la vida. Soñó con jardines, repletos de azucenas, alhelíes, claveles de vivos colores, en un palacio ubicado en la cima montañosa. El olor del romero, se mezclaba con el tomillo, el jazmín, el espliego y la menta, trasmutando la pena en una felicidad eterna. Allí, los estanques drenaban el agua para musicalizar las fuentes del deseo y en cada nota, lo deseado se convertía en efímero placer. En una de las salas, debajo de los mocárabes que simulaban la oquedad de una cueva, yacía sentado entre grandes cojines, pensativo, escuchando solo el eco silencioso del agua viajando por aquellas fuentes. En aquella fortaleza roja, la vida se contemplaba desde la belleza y la ausencia pero un día, las huestes cristianas entraron y tomaron posición de ella. El último sultán acobardado, huyo con algunos de sus súbditos, mientras él tuvo que emigrar a otros lugares, desde entonces, cada noche tenía ese mismo sueño, Alhambra. 


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