Dos
cuerpos se acercaron entre la vorágine de la ciudad. Dos materias que parecían
inertes, se entrecruzaron con el roce sutil que despierta del desvelo. Se
encontraron, venciendo los designios del tiempo, bajo el sol de las estaciones.
Y de aquel encuentro, nadie parece haberse enterado, pasan a su vera, siguiendo
el paso de los paseantes anónimos que gravitan por la urbe. Solos, siempre solos, se mantienen unidos, desdeñando
el infortunio, abrazados como dos amantes eternos.
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