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jueves, 14 de junio de 2018




Rabos de Gato

En aquella ladera, jugábamos y corríamos, entre tabaibas y cardones. Evitábamos las tuneras para no picarnos pero más de uno se tropezó con ellas. Allí, pasamos nuestra infancia, mirando al océano. Sin embargo, transcurridos los años, empezaron a florecer, unas matas con vivos colores, lilas, blancas, de tallo largo, y flores pequeñas en sus extremos que ondean al viento como látigos. Nadie sabe cómo llegaron  y donde había otra vida, ahora están invadiendo todo el paisaje. En septiembre, tras las primeras lluvias, germinan como felinos en celo, fagocitando nuestros recuerdos. A veces, la belleza no es belleza, si esta, está concitada con la muerte. No es sino renuencia al abandono de todo aquello que nos hacía plácida la vida.

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