Rabos de Gato
En aquella ladera,
jugábamos y corríamos, entre tabaibas y cardones. Evitábamos las tuneras para
no picarnos pero más de uno se tropezó con ellas. Allí, pasamos nuestra
infancia, mirando al océano. Sin embargo, transcurridos los años, empezaron a
florecer, unas matas con vivos colores, lilas, blancas, de tallo largo, y
flores pequeñas en sus extremos que ondean al viento como látigos. Nadie sabe
cómo llegaron y donde había otra vida, ahora están invadiendo todo el
paisaje. En septiembre, tras las primeras lluvias, germinan como felinos en
celo, fagocitando nuestros recuerdos. A veces, la belleza no es belleza, si
esta, está concitada con la muerte. No es sino renuencia al abandono de todo
aquello que nos hacía plácida la vida.
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