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lunes, 18 de junio de 2018




El cónclave estaba reunido entre las sombras y el actor miraba sus tres máscaras, a cada cual, le dio un nombre. Ethos, la credibilidad de sus emociones vividas. Pathos, la clarividencia de los pensamientos otorgados en la experiencia. Logos, el discurso emotivo, esas palabras que resuenan como salmodias en los oídos de la audiencia anónima. Pensó en ellas, desdeñando las apariencias que suscita el miedo y de su tragedia, contó las historias que amedrentaban hasta las mentes más incrédulas. Entonces, las sombras cobraron la consistencia de voces oyentes, ojos deslumbrados, sonrisas esbozadas y su eco revivió la inquietud en aquellos corazones dormidos. Ninguna tragedia se supera salvo con la ironía que impulsa el conocimiento de la vida advenida por el arte.

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