El
cónclave estaba reunido entre las sombras y el actor miraba sus tres máscaras,
a cada cual, le dio un nombre. Ethos, la credibilidad de sus emociones vividas.
Pathos, la clarividencia de los pensamientos otorgados en la experiencia.
Logos, el discurso emotivo, esas palabras que resuenan como salmodias en los
oídos de la audiencia anónima. Pensó en ellas, desdeñando las apariencias que
suscita el miedo y de su tragedia, contó las historias que amedrentaban hasta
las mentes más incrédulas. Entonces, las sombras cobraron la consistencia de
voces oyentes, ojos deslumbrados, sonrisas esbozadas y su eco revivió la
inquietud en aquellos corazones dormidos. Ninguna tragedia se supera salvo con
la ironía que impulsa el conocimiento de la vida advenida por el arte.
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